Santa Patrona

Nunca antes, tampoco después de aquel martes 18 de noviembre de 1709, hubo un momento más emocionante, trascendental e importante en la vida de algún zuliano, que el vivido por quienes tuvieron la maravillosa oportunidad de escuchar los gritos de la humilde lavandera, anunciando públicamente que un milagro había ocurrido en su casa, la número 5 de El Saladillo.

Así lo narra la tradición oral, esa misma que destaca que el repetido eco de la palabra ¡milagro!, exclamada por la anciana como expresión de fe, atrajo a los vecinos hasta su casa donde, asombrados, pudieron contemplar el producto de aquel inesperado evento que, a partir de ese momento, se convertiría en el más grande símbolo de fe de la Iglesia católica zuliana.

Del marrón oscuro de un retablo de caoba, que días antes había sacado la viejita de las aguas del Coquivacoa, emergió para siempre la imagen de la santísima Virgen, bajo la advocación de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá.

Particulares eventos habían marcado la pauta del celestial designio. Bamboleado por las olas, ese fino retablo había tropezado insistentemente con la sencilla mujer, mientras lavaba ropa aquella mañana en el cristalino Lago. “Pero lo empujaba de vuelta a las aguas”, según relato del historiador Don Juan de Besson, recogido por el antropólogo Rafael Strauss en su Diccionario de Cultura Popular.

Sin embargo, los marullos hacían que la tablita retornara con insistencia hacia ella, lo cual despertó su atención. La vio bonita y le pareció apropiada para tapar la tinaja donde almacenaba el agua. Por eso se la llevó, y días después -mientras colaba café- el silencio que acompañaba el despuntar de la aurora fue interrumpido por tres golpecitos procedentes de la tinaja.


 

Curiosa, por los particulares ruidos -narra el presbítero Eleuterio Cuevas, párroco de la Basílica- se acercó al rincón para saber de qué se trataba y se encontró con un gran resplandor que brotaba de la tablita. Entonces, cuando la levantó de la tinaja se mostró fascinada, al observar que del retablo había emergido la imagen de la santísima Virgen.

Decisión celestial.

El Padre Cuevas destaca que el milagro de renovación de la Madre de Dios en dicho retablo, fue un fenómeno religioso que, desde ese momento, iba a atraer la fe del pueblo zuliano y se convertiría en una lluvia de gracias y bendiciones.

“Los estudiosos religiosos de la época corroboraron que se había producido ese milagro y descubrieron que en ese retablo, que resplandecía grandemente, estaba la figura de la Virgen María del Rosario de Chiquinquirá, acompañada de San Antonio y San Andrés, como se había presentado en Colombia hacia el año 1615, en el pueblo de Chiquinquirá”, destaca el sacerdote.

Ratifica que a partir de ese momento, la devoción hacia la virgen comenzó a extenderse por toda la región zuliana y cada día era mayor la cantidad de hombres, mujeres y niños que llegaban a la morada de la ancianita -a quien la usanza verbal le atribuyó el nombre de María Cárdenas, sin que esto haya sido comprobado- para admirar, extasiados, la presencia de lo sagrado en el retablo que, para el momento, había sido colgado de la pared.

Entonces, según precisa la tradición, esa vivienda, ubicada en la calle que pasó a llamarse El Milagro, situada entre las calles Derecha y Venezuela, se convirtió en un lugar de veneración a la Virgen y los representantes de la Iglesia católica resolvieron reubicar el retablo en el templo parroquial. Inmediatamente la muchedumbre lo cargó en procesión, para llevarlo a la templo parroquial (actualmente la Santa Iglesia Catedral de Maracaibo) pero no pudieron hacerlo.

Se dice que se puso tan pesado que nadie pudo con él, ni siquiera los caleteros, que eran los hombres más robustos de la barriada. Ante aquel evento, a alguien se le ocurrió decir que la Virgen no deseaba ir a esa capilla pues era la de los ricos, según calificación del pueblo humilde que fundamentaba su comentario en el hecho de que en la Calle Ciencias vivía la gente más adinerada de la ciudad.

En consecuencia, decidieron llevar la tablita a la ermita de San Juan de Dios, construida en 1686 con bahareque y techo de enea. Eso funcionó. El retablo retornó a su peso original y la procesión reanudó la marcha hasta ese lugar donde, desde ese día, se le venera, se le respeta, se le honra y se le rinde culto con un "amor inmenso, glorioso, excelso, sublime y tierno", como canta Ricardo Aguirre en el himno de la gaita zuliana: La Grey zuliana.